La adherencia terapéutica

Cuando se inicia un proceso terapéutico, lo más frecuente es que se produzcan algunas mejoras en la persona en un corto periodo de tiempo. La motivación para modificar el estado de malestar en el que uno se encuentra es lo suficientemente alta como para que la persona, con la ayuda externa, ponga todo su empeño en realizar aquellos cambios que mantienen la situación problema.

Sin embargo, cuando el proceso terapéutico está más avanzado y se ha llegado a un estado más agradable, en ocasiones la persona deja de asistir a las sesiones sin que se hayan alcanzado los objetivos terapéuticos. Puesto que el malestar intenso ha desaparecido, otras cuestiones adquieren más relevancia, como el desembolso económico de las sesiones o el tiempo que se invierte en ello, además del coste de oportunidad para realizar otras actividades.

Sin embargo, debo insistir en la importancia de la consecución de los objetivos terapéuticos, puesto que, se corre el riesgo de que se produzcan algunos efectos negativos. En aquellos casos en los que no se han afianzado los aprendizajes, se pueden sufrir recaídas. Este hecho implica frustración de la persona, que puede llegar a pensar que la terapia ha sido inútil, llevándole a no percibir confianza en las técnicas psicológicas y probando otras alternativas (la proliferación de las pseudoterapias no es un tema ajeno). Pero más grave es que se produzca desconfianza hacia los propios recursos personales y, en consecuencia, un daño a la autoestima, sentimiento de indefensión y un largo etcétera que nos lleva al punto anterior a nuestro punto de partida inicial.

Es por ello que igual que debemos tomar el antibiótico con las recomendaciones pautadas, a pesar de que el foco de infección haya desaparecido (al menos visiblemente), el proceso terapéutico debe concluirse y no precipitar su finalización.

RAQUEL MARTINEZ BERROCAL